Cuando llegué a mi trabajo un compañero me recibió con "viste que un avión se estrelló contra una de las torres gemelas?". Alguien trajo un televisor y fuimos testigos del segundo impacto. Tengo la impresión que todavía no se sabía que eran ataques terroristas. El primer derrumbe fue traumático, pensaba en la gente atrapada, del segundo no me acuerdo.
La mayoría no tenía celulares, menos un smartphone, nada de reportes ciudadanos ni redes sociales, los medios nacionales solo replicaban lo que decían las cadenas internacionales, además de uno u otro pase a algún tico para que narrara la fuerte experiencia.
En pocas horas el nombre de Osaba bin Laden era tan famoso como marca de gaseosa y era el más buscado. Mientras que las incomprensiones y distancias culturales se hacían más grandes.
A los pocos días me llegó la primera teoría de conspiración por correo electrónico. Seguirían muchas por otros medios, la imaginación no se detiene creando explicaciones justificadas e injustificadas.
Sería grato que se honrara la memoria de los fallecidos incluyendo a los inocentes que perdieron la vida en las guerras posteriores. Hasta que no reconozcamos que todos somos iguales como personas, independientemente de la nacionalidad o religión, no vamos a subir el peldaño de respeto que como humanidad tanto nos ha costado tanto superar.
Aquel día estaba en Sarapiquí, pero al mismo tiempo como toda la humanidad estaba en Nueva York y ahora reflexiono que tenemos pendiente estar presentes en otras tragedias que siguen ocurriendo en el planeta, ahora con Internet es muy fácil.