Yo no quiero irme al infierno, más no tengo otro camino. Conforme la vida se acorta se acerca la muerte, y con ella el destino; he tenido a dios como apaga fuegos en mi vida, él ha respondido, y tras ello yo lo he vuelto a olvidar hasta la próxima vez. Pero que puedo hacer si mi naturaleza es esa? Soy malo y pecaminoso por naturaleza, no con otros o haciendo el mal, pero he abandonado el dogma por completo y me he entregado a los placeres de los adoradores del sentido, me he creído inmortal y he sido, todo lo que no se debe ser.
Tú me dijiste que te arrancara las ropitas y lo he hecho, te he practicado el sexo una y otra vez sin meritos matrimoniales de por medio, a ti y a otra decena más al menos, he sido pecaminoso con el sexo y el tiempo ha trascurrido así, y me vengo a enterar justo ahora, 32 años tarde que mis acciones me llevarán al infierno y no puedo hacer nada por deshacerlo.
La pereza de ser cristiano y salvarme me ha conducido a esta deuda, hay quiénes me prometen que el arrepentimiento me salvará, que pagando la cuota mensual el señor se apiadará de mí y de el alma que creo que a veces no tengo, pero si me arrepiento, la verdad no seré sincero, no será por el remordimiento de mis acciones, si no por miedo, y creo que eso no se vale en este juego, mucho menos si es cierto que dios sabe lo que hay en mi corazón.
Veo lo que veo y me dicen que es siniestro, y mientras medito lo frágil que es mi vida y lo cercano que soy a la muerte con mis excesos, adormecido viajo en este bus a media noche rodeado de fantasmas y soledades, y justo dos asientos después de mí viaja el pecado; una rubia con los muslos descubiertos que además de cuando en cuando me vuelve a ver y me sonríe, invitándome a el pecado nuevamente.
Justo delante de ella una anciana de apariencia milenaria y con ojos inquisidores me recuerda, que su recato debe ser en la vida de cada buen cristiano una norma imposible de saltar.
Tengo miedo de morirme e irme al infierno, miedo de hacerle el amor a esta rubia que cada vez me invita más al pecado, pero he cruzado el pasillo para hablarle y pedirle el teléfono, y mientras ella anota un nombre y un número en un boucher de cajero automático, puedo ver con detenimiento a la anciana delgada y larguirucha que como súccubus retirada seduce mi miedo, huele a añeja, a rancio y a guardado, de su cartera salen cucarachas que luego se esconden bajo el asiento.
Nunca pensé en la necesidad de ir al cielo para evadir al infierno, y no sé cómo ser bueno, nunca me interesó serlo; pero mientras ella sonreía escribiendo, delante de mí, notablemente inquieta la anciana, de cuello cerrado has el cuello, y rosario en mano, me mostraba un desconocido; para mí; ritual de vida; y es que la idea del infierno llegó a mí en forma de panfleto hace algunos días, retratando mi yo tan normal como un camino seguro al infierno, y esto me acosa desde entonces. Parado allí pareció detenerse el tiempo, disputando entre el pecado y la salvación mis sentidos, mi visión en los muslos de la escribiente, pero sin poder negar el olor a guardado de la anciana, que en toda su delgadez y su juventud añeja, había sido guardada en un closet por mucho tiempo, muñeca rara, olvidada y rota que de pronto me pareció atractiva debajo de su recato de negras ropas, sombra joven y vieja en una sola.
Noche de siempre y encuentros; de gente rara en el bus, desvíos de mirada, al fin todos éramos extraños como ella cada, ante tanto susto y superchería morbosa que se ejercitaba en esa noche, mientras me entregan con una sonrisa el nombre y el número del pecado, creo que si esa sombra se acerca, no podré más que sentirme tan inquieto por el destino.
Y me siento papel en mano, mientras la rubia hace la parada, y allí mismo una señora se sienta sobre la anciana que no existe y aparece sentada sobre mí, sin mirarme y recatada, con sus manos sobre los muslos tapados por una larga falta, que huele a guardado inevitablemente, notable, como mi miedo de ir al infierno.
me levanto arrugando el papel entonces, miró atrás los campos desocupados de mi asiento, tiro el número en la basura y hago la parada en un sitio desconocido, todo con tal de escapar de su juicio invisible de silencio, tan temeroso de este dios que me manda al infierno, mientras a lo lejos vuelvo a ver los muslos de la rubia que caminan hacia mí, que ya libre de los ojos huecos de la anciana me llevarán derecho al infierno de su cama y lejos del cielo que no entiendo.