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El ruido repentino me despierta, el cuchicheo, corren a esconderse cuando apago la luz, pero de reojo los veo, sombras en el rabo de el ojo escondidas, acechándome, los llamo, los enfrento! los reto, y no hay respuesta, salen de mis pesadillas, entran en la realidad por los espejos, quiebro un par pero hay más, todos los reflejos traen sombras nuevas en las esquinas, los vidrios de el trastero, el reflejo de los pisos limpios inmaculados de mis obsesiones, los he esperado, los he destruido en el mundo espiritual pero están de vuelta, un gato maúlla mi puerta y la rasga con sus patas, quiere entrar y ser parte, me arrodillo en la sala ante la emboscada, no moriré ni me perderé sin enfrentarlos, entonces están los que cuelgan de el techo, los que salen de mis dedos, y la hora de los muertos no se acaba, empieza, traspasados los límites en que los deje entrar, exclamo su nombre en busca de protección que no llega, tomo la biblia que solo servirá para ocupar mis manos humanas, dejo mi cuerpo y floto en la sala, extiendo las alas que cruzan la línea, me gritan en el oído, ponen todo en perspectiva, entonces gimo y grito mientras erizo mi límite, entro al vaso de agua que sobre la mesa se pone rojo por absorberlo todo, me despliego como humo arenoso tratando de alcanzarlos a todos, el gato maúlla en la puerta y son más y más, devuelvo al infierno a algunos mientras los maestros me reclaman tanta violencia, pierdo el control y me vuelvo uno de ellos, nadie viene en mi auxilio; siete criaturas de luz lo presencian todo; caigo en mi cuerpo que suda frio, me cuesta volver en mí, y entonces las noto, mientras el gato rehúye la puerta y se aleja.
Amanece, acaba la hora de los muertos, los invisibles se van, no queda nada, solo yo.
Siete cucarachas negras de súbito vuelan a mí acechando la encrucijada de los demonios, sabiéndome indefenso.